viernes, marzo 18, 2005

Gerontoterrorismo

Estoy seguro que no soy el único que lo ha notado, pero hasta el momento no he visto registro documental del asunto que trataré brevemente, no obstante en cada familia genera algunos malestares.

Por ahí anda suelta una poco organizada pero muy poderosa secta que pasa desapercibida, pero que su actividad constante desgasta las instituciones base de ésta sociedad occidental que paradójicamente ellos mismos ayudaron tenazmente a construir.

No piense, querido lector, en los anarquistas de caché (y de café) que imaginó Chesterton y mucho menos crean que me refiero a Al Qaeda. No son tan estrafalarios ni fanáticos y tenemos uno en cada hogar.

Si, en efecto, me refiero a los ancianos.

No pienso hacer un desarrollo de todas sus actividades subversivas, ya que no podría colarme hasta las entrañas de esa macabra institución al estilo de Mr. Syme, sencillamente porque la misma no existe…y ni siquiera es necesaria. Simplemente cada uno se enfoca a jugar su papel en el corrosivo plan que han trazado consciente o inconscientemente.

Disfrazados de “grupo vulnerable” y hasta “marginado”, los ancianos han logrado aprovechar el camuflaje perfecto: su propia apariencia; además que manejan las armas más eficaces pero menos cotizadas actualmente en este mundo yuppie para la consecución de sus planes: la paciencia, la tenacidad y la siempre útil experiencia.

En un mundo que está en manos de “expertos” de 35 años, los ancianos no se ensucian más las manos en tratar de controlarlo y llevar sus riendas, sino simplemente logran hacer que el mismo baile al son que ellos tocan…si están de humor para tocarlo.

El invisible reinado del terror que han instaurado, creo yo, es perfecto debido a que han logrado el fin que todo megalómano persigue: imponer su voluntad irrestrictamente hasta el final de sus días. Y esa hegemonía la lograron de la forma menos esperada: dando el control del mundo a las mencionados “expertos”, lo cual equivaldría aparentemente a que, como grandes almirantes, hubiesen entregado el timón del buque a un flamante, ambicioso pero inexperimentado grumete. Pero cuidado, hasta un polizón sabe que un barco a la deriva o al garete navega al ritmo del que quiera remar. Así, ellos han desaparecido de escena, pero han notado que es el tramoyero quien al final es indispensable.

Me dejaré de metáforas y me explicaré.

¿Quién de nosotros no se ha quejado de la imprudencia, falta de tacto, explicitud y/o capricho perpetuo de algún senecto pariente? Pero a la vez, ¿quién de nosotros no ha dejado de justificar su conducta con argumentos como “ya están grandes”, “ya no se controlan” o “son como niños”? Pues déjenme decirles algo; no conozco niño que con un par de nalgadas no rectifique…pero, ¿alguien podría siquiera tocar a esos Dones o Doñas que nos han engendrado directa o indirectamente? Ustedes saben la respuesta y por supuesto, ellos también.

A las instituciones a las que me refiero son simplemente aquellas que nos han distanciado del mono, no a las quimericas instituciones políticas que los revolucionarios pretenden abolir, pero que a la larga se demuestra que se puede vivir sin ellas. Pues bien, estos longevos personajes saben que si quieren tumbar una construcción, hay que derribar sus cimientos, y eso los hace altamente peligrosos, incluso más que un musulmán con licencia de piloto y un Boeing (que no un Boing) a la mano.

De esta manera, saben que cualquier conducta que realicen se encuentra previamente justificada per se y por tanto no recibirán sanción de algún tipo. Pero van más allá de la simple imprudencia, sabiendo también que sus caprichos –que son más bien sus designios- serán acatados al pie de la letra, sin tener incluso que patalear y exponerse a un par de soplamocos, como lo haría un infante.

Así, los ancianos no siguen modal alguno en la mesa si no les place, en caso, claro, que estén de humor para usarla; insultan y humillan a los comensales recordándonos nuestra condición de “escuincles babosos”,y pueden incluso insultarlos sin miramientos. Se atreven también a especular sobre el modus vivendi de quien sea, al grado de catalogar a cualquiera como un vividor o una trepadora sin que alguien los contradiga. Y créanme, su tenacidad hace que poco a poco les vayamos creyendo gracias a la repetición y sin hacer uso de métodos subliminales que ellos considerarían timoratos.

Cuentan además, con una gran habilidad para descontextualizar, estando conscientes de que la mejor estrategia es confundir al enemigo y crear pugnas internas en él, y para ello solo les basta usar la frase “En mis tiempos…”

No necesitan colgarse dinamita en el cinturón y volarse en una espectacular explosión en un mercado cual suicida mahometano. No, sus explosiones son fisiológicas, pero también en público, con la considerable diferencia que ellos viven no solo para contarlo, sino para mantener esa sonrisilla cínica mientras que los demás se fuman todo, y si alguien tiene el valor de increparlos, hacen uso de los argumentos que el propio enemigo usa para minimizarlos. Un ejemplo de esto es el caso del abuelo de una amiga. Es un general de división retirado que no escatima en empleo “parque fisiológico”, y es enfático al decir: “Pues qué quieres, ya estoy grande y te aguantas. A mi edad soy como un niño y si quiero puedo tirarme ‘cuetes’ a discreción…”

Me gustaría continuar, pero nunca terminaría. Me conformo con haber logrado crear algo de conciencia sobre ese tétrico grupo, haciendo una última observación:

Loa ancianos han logrado aporvechar un mundo yuppie en que es políticamente incorrecto voltearlos a ver con el mínimo desdén, siendo que como he demostrado, no hay nada más políticamente incorrecto que ellos mismos. sin emabrgo, para envidia de todos y a diferencia de los delincuentes habituales, ellos son total y completamente libres.